Gracias a su época dorada en los primeros años de la pasada década, todos los integrantes de la escudería de Milton Keynes cuentan con el gen ganador. Todos los engranajes funcionaban perfectamente, con Christian Horner al mando, Adrian Newey encargándose de la parte técnica y los pilotos eran de lo mejor que había en la parrilla. Gracias a toda esta maquinaria, sus éxitos fueron constantes entre 2010 y 2013, batieron numerosos récords y parecían invencibles.
Con la llegada de la era híbrida, Mercedes se convirtió en el nuevo amo y señor de la Fórmula 1, su dominio era total, incluso más que el de Red Bull en sus mejores años. La estructura del equipo, tanto dentro como fuera de la pista, era sencillamente perfecta y sus monoplazas estuvieron a otro nivel durante más de un lustro y, sobre todo, en buenas manos.
En 2021, tener un monoplaza con mayor o menor inclinación frontal (rake) provocó un cambio de paradigma. Mercedes dejó de estar en el Olimpo, mientras que Red Bull dio un paso adelante considerable, permitiéndoles luchar de tú a tú contra los que estaban considerados los dioses de la categoría. Todos conocemos cómo fue esa ajustada y tensa guerra entre Hamilton-Mercedes y Verstappen-Red Bull, cuyo vencedor fue el neerlandés. Es cierto que Max consiguió su primer título de pilotos, pero la escudería de Brackley sumó un nuevo campeonato de constructores, el octavo consecutivo.
Remontándonos a lo sucedido en el GP de Estados Unidos del pasado fin de semana, Red Bull necesitaba muy poco para conseguir su ansiado mundial de marcas. Con el triunfo de Verstappen fue suficiente para que la escudería austriaca tocara el cielo por quinta vez en su historia en F1. Derrotaron a Mercedes después de casi una década sin que nadie lo lograse, una hazaña enorme con tres carreras de antelación.